El pirata Malapata saltó desde la cubierta del barco hasta el bote y se mojó los pies.
– ¡Rayas y centollos! Ahora volverán a olerme los pies a pescado podrido- resopló.
El pirata llevaba tres meses navegando junto a su tripulación en busca de una isla perdida. Y durante tres meses no había dejado de llover. Sólo los últimos dos días había salido el sol y los piratas habían conseguido secar su ropa colgándola en los cables del mástil. Más que un barco pirata, el galeón Boquerón parecía un tendedero.
En circunstancias normales, el pirata Malapata se habría puesto furioso por mojarse los pies y habría colgado del botalón a media tripulación. Pero hoy estaba contento. ¡Al fin podrían enterrar el mayor botín con el que ninguna banda de piratas se había hecho jamás! Tan espectacular era el tesoro que había estado a punto de hundir el galeón “Boquerón”, por su gran peso!
-¡Por fin ha llegado el día! ¡Neptuno nos ha asistido! Contemplad, piratas, la isla perdida- exclamó Malapata, triunfal.
-Mi capitán -dijo, tímidamente, un joven marinero – Me temo que esta no es la isla perdida que buscábamos.
-¡Cómo lo sabes! -aulló el temible capitán.
-Porque ya lo dice la propia palabra: per-di-da. Esta isla ya la hemos encontrado, luego no está perdida -argumentó el marinero.
El pirata Malapata dudó por un instante. Pensó que el grumete tenía razón. ¡En el momento en el que encuentras una isla, ésta deja de estar perdida! El pirata Malapata se quedó callado, se levantó el parche del ojo para poder mirar mejor la isla. Después comenzó a dar vueltas en círculos, musitando palabras por lo bajo mientras hacía ademanes con su garfio. Tras reflexionar un largo rato ante la expectante mirada de su tripulación de malhechores, dijo casi para sí:
– No importa. Enterraremos aquí el tesoro de todas formas.
Y, dirigiéndose a la tripulación añadió:
-¡Os ordeno enterrar aquí el tesoro y, después, perder la isla!
-Pero mi capitán… si perdemos la isla, perderemos también el tesoro -rechistó, tímidamente, el marinero.
El pirata Malapata volvió a quedar pensativo unos instantes. Luego, dijo:
-Entonces os ordeno enterrar el tesoro, perder la isla y volver a encontrarla.
-Pero mi capitán, si volvemos a encontrar la isla… ¡ya no sería una isla perdida! -insistió el marinero.
El pirata Malapata resopló. Su cara se puso roja, morada y después azul. La tripulación entera se estremeció.
-¡ENTONCES….! – Aulló Malapata. – ¡Os ordeno enterrar el tesoro, perder la isla y perder el tesoro!
Y así es como, en medio del océano, hay una isla perdida con un tesoro perdido… ¡que nunca nadie ha logrado encontrar! Si alguna vez navegas por el Atlántico, presta mucha atención al horizonte. ¡Tal vez logres encontrar la isla perdida y desenterrar el tesoro pirata más magnífico que se haya conocido jamás!
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